‘El tesoro del saber’
La industria del entretenimiento puede y debe absorber una función educativa y cultural, como ocurre
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La educación es una de las variables que explica por qué en nuestro país predominan las industrias de bajo valor agregado y el empleo de baja calidad; tenemos que superar retos esenciales que habilitarán nuestro capital humano para enfrentar, de forma productiva y proactiva, los desafíos de la sociedad del conocimiento.
Desde luego, estas perspectivas amplían el debate sobre la naturaleza y propósitos de nuestro sistema educativo, que debe modernizar sus medios y metodologías pedagógicas, con pertinencia en sus énfasis para adaptarse a los cambios y dinámicas de nuestro entorno global y local. Es imprescindible liderar una re-evolución educativa.
Por esta razón, aunque reconozco los esfuerzos de la llamada revolución educativa para remover barreras de acceso y ampliar cobertura en los niveles básicos, son problemas crónicos como la calidad, la permanencia y la equidad, los que limitan la efectividad y la sostenibilidad del proceso de formación. Por ejemplo, según cifras del Ministerio de Educación, en la universidad la deserción alcanza el 45 por ciento, y el nivel de estudiantes que se gradúa en los ciclos de tiempo regulares es del 28 por ciento, y del 40 por ciento para quienes completan periodos de 8 años en el pregrado.
Por otra parte, en términos de calidad, en educación básica, resultan preocupantes los diagnósticos del informe internacional Pisa, que ha evaluado desde el 2003 competencias en comprensión lectora, análisis y solución de problemas –áreas en las que estamos rajados–; entre los hallazgos específicos, destaca que los estudiantes de la muestra no establecen relaciones con suficiencia, demuestran dificultad para identificar y contrastar información relevante, para definir y argumentar razonamientos críticos, y para comunicar ideas en forma efectiva. De modo aparentemente contraintuitivo, sólo el 17 por ciento de estos resultados puede explicarse con base en las condiciones socioeconómicas, y existen marcadas diferencias por género.
Hay un problema estructural serio en nuestro sistema educativo, pues tenemos deficiencias en competencias primarias; claro, esto no debería ser sorpresa si consideramos que cada ciudadano en promedio lee 1,8 libros al año. Pero las alternativas y escenarios de formación ya no se reducen a las instituciones; la exposición a los medios de comunicación y la convergencia tecnológica supone una responsabilidad compartida para mejorar los contenidos que accedemos en Internet, la radio y la televisión, ya que su enfoque se ha trivializado con morning shows, series de narcos y realities: la industria del entretenimiento puede y debe absorber una función educativa y cultural, como ocurre en los países desarrollados.
Sin embargo, mi mayor preocupación es la falta de motivación y responsabilidad del estudiante, pues pareciera que aquí estudiar fuera castigo y nos diera ‘mamera’ aprender; agrego, de mi experiencia docente, mi percepción de la falta de claridad y acompañamiento profesional para la elección de carrera.
Cierro con el estribillo de un programa viejito, llamado El tesoro del saber: “en los libros hallarás el tesoro del saber; para ti todo será, si aprendes a leer…”.
Desde luego, estas perspectivas amplían el debate sobre la naturaleza y propósitos de nuestro sistema educativo, que debe modernizar sus medios y metodologías pedagógicas, con pertinencia en sus énfasis para adaptarse a los cambios y dinámicas de nuestro entorno global y local. Es imprescindible liderar una re-evolución educativa.
Por esta razón, aunque reconozco los esfuerzos de la llamada revolución educativa para remover barreras de acceso y ampliar cobertura en los niveles básicos, son problemas crónicos como la calidad, la permanencia y la equidad, los que limitan la efectividad y la sostenibilidad del proceso de formación. Por ejemplo, según cifras del Ministerio de Educación, en la universidad la deserción alcanza el 45 por ciento, y el nivel de estudiantes que se gradúa en los ciclos de tiempo regulares es del 28 por ciento, y del 40 por ciento para quienes completan periodos de 8 años en el pregrado.
Por otra parte, en términos de calidad, en educación básica, resultan preocupantes los diagnósticos del informe internacional Pisa, que ha evaluado desde el 2003 competencias en comprensión lectora, análisis y solución de problemas –áreas en las que estamos rajados–; entre los hallazgos específicos, destaca que los estudiantes de la muestra no establecen relaciones con suficiencia, demuestran dificultad para identificar y contrastar información relevante, para definir y argumentar razonamientos críticos, y para comunicar ideas en forma efectiva. De modo aparentemente contraintuitivo, sólo el 17 por ciento de estos resultados puede explicarse con base en las condiciones socioeconómicas, y existen marcadas diferencias por género.
Hay un problema estructural serio en nuestro sistema educativo, pues tenemos deficiencias en competencias primarias; claro, esto no debería ser sorpresa si consideramos que cada ciudadano en promedio lee 1,8 libros al año. Pero las alternativas y escenarios de formación ya no se reducen a las instituciones; la exposición a los medios de comunicación y la convergencia tecnológica supone una responsabilidad compartida para mejorar los contenidos que accedemos en Internet, la radio y la televisión, ya que su enfoque se ha trivializado con morning shows, series de narcos y realities: la industria del entretenimiento puede y debe absorber una función educativa y cultural, como ocurre en los países desarrollados.
Sin embargo, mi mayor preocupación es la falta de motivación y responsabilidad del estudiante, pues pareciera que aquí estudiar fuera castigo y nos diera ‘mamera’ aprender; agrego, de mi experiencia docente, mi percepción de la falta de claridad y acompañamiento profesional para la elección de carrera.
Cierro con el estribillo de un programa viejito, llamado El tesoro del saber: “en los libros hallarás el tesoro del saber; para ti todo será, si aprendes a leer…”.
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