Lucha contra la pobreza

La educación –materia en la que hemos dado pasos importantes como país– resulta determinante para romper la denominada ‘trampa de la pobreza".

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Por estos días, el canal Caracol transmite la historia de Luis Eduardo Díaz, un lustrabotas que se hizo elegir como Concejal de Bogotá en el año 2000 contra todos los pronósticos. El relato de su vida recuerda la difícil situación de pobreza extrema en la que aún viven tantos colombianos y la necesidad urgente de generar oportunidades para la población más necesitada.
Hay que revisar las cifras para darnos una idea del alcance del fenómeno: actualmente, hay más de 12,8 millones de colombianos que viven en condición de pobreza monetaria; 8,3 millones en situación de pobreza multidimensional, y 3,5 millones en pobreza extrema (no ganan más de 4.000 pesos al día). A nivel de América Latina, la Cepal sostiene que Colombia tiene la tercera tasa de pobreza más alta de la región y la segunda en pobreza extrema (calcula que nos demoraremos 15 años en reducir la pobreza extrema al 3 por ciento).
Aunque es un hecho que Colombia ha venido reduciendo los niveles de pobreza lentamente, lo cierto es que se trata de un segmento de la población que nace y crece en medio de todas las adversidades que puedan imaginarse: desnutrición, acceso a salud de baja calidad, microtráfico, inseguridad y un permanente desestímulo a la educación. En pocas palabras, un círculo al que se condenan a varias generaciones hasta que alguno de los miembros de la familia decide estudiar para salir adelante.
Por esa razón, la educación –materia en la que hemos dado pasos importantes como país– resulta determinante para romper la denominada ‘trampa de la pobreza’. En la última década, en cobertura de educación superior pasamos de 31,6 por ciento en el 2007 a 51,5 por ciento en el 2016 de los alumnos que salen del colegio. En cifras del Ministerio de Educación, Colombia llegó en el 2016 a 2,3 millones de alumnos graduados del colegio y que accedieron a programas técnicos o profesionales distribuidos así: el 6 por ciento cursó un nivel técnico; 25 por ciento, tecnológico; 63 por ciento, universitario, y el 5,8 por ciento restante realizó un posgrado (3,8 por ciento, especialización; 1,8 por ciento, maestría, y 0,2 por ciento, doctorado).
En el campo, aún persiste una enorme brecha, si se compara con las ciudades. El 90 por ciento de la oferta universitaria se concentra en las cinco principales capitales: Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga y Barranquilla. Esto demuestra la urgencia de llevar educación rural a todo el país mediante alianzas regionales con los entes territoriales.
Y a la necesidad de educación se suma la importancia de llevar, de manera efectiva, la oferta de bienes y servicios del Estado a quienes más lo necesitan. Desde programas de becas en oficios, tecnológicos y profesionales hasta iniciativas especiales de inclusión como la música, el arte y el deporte que contribuyan a la no deserción en los diferentes programas.
No tenemos excusa, como país, para ahorrar esfuerzos en materia de lucha contra la pobreza. No se trata solo de cumplir con las metas trazadas en los Objetivos del Milenio, sino de que crezcamos como país y saldemos esa deuda histórica con quienes más lo necesitan.
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