¿Y el desarme del lenguaje?

Así muchos no quieran reconocerlo, retirarle a este país 7.232 armas es una victoria de la sociedad y un ahorro de varios miles de muertos.

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Así muchos no quieran reconocerlo, a propósito del desarme de las Farc, retirarle a este país 7.232 armas es una victoria de la sociedad y un ahorro de varios miles de muertos de este conflicto con el grupo guerrillero, que pareciera llegar a su fin. Ni el mejor economista podría descifrar cuántas vidas se salvan con este hecho histórico. Sin embargo, las palabras también resultan armas contundentes, que en trincheras como las redes sociales, los noticieros o las columnas de opinión, pueden hacer mucho daño. La violencia con la que no pocos ciudadanos se expresan a través de estos mecanismos hace creer que la guerra no se acabó, sino se transformó.
Y ahí es donde, además de la derrota de las bandas criminales que azotan a las principales ciudades colombianas, nace otro objetivo que debería tomarse la agenda de política pública: ‘el desarme del lenguaje’. Mucho daño le hace al país escribir sin pensar, sin ningún criterio ni confirmación de la fuente. Para no ir tan lejos, un estudio de la firma Repler sostiene que el 47 por ciento de los usuarios de Facebook contiene palabras obscenas, groseras o violentas en sus muros, y que el 80 por ciento de estas tienen al menos una publicación de un usuario que les responde. Probablemente, en Twitter las cifras no difieren mucho, si se tiene en cuenta que el espacio reducido y la inmediatez de la red social estimulan las respuestas sin mayores consideraciones.
Más vale acuñar aquella frase que dice que “el lenguaje define los límites de mi mundo”, y en el caso particular de un país que, como Colombia, camina hacia la paz, las palabras y las ideas pueden ser un factor de riesgo. Recordemos el trino de María Fernanda Cabal, con el que mandaba al infierno –literalmente– a Gabriel García Márquez, luego de su fallecimiento, o el senador Daniel Cabrales culpando a las Farc por la desafortunada avalancha en el Putumayo, y, recientemente, posterior a la tragedia del Centro Comercial Andino, el oportunismo político de varios líderes de opinión en las redes sociales, donde reivindicaban su oposición al Gobierno Nacional o Distrital, a costa de las víctimas. Ni qué decir de las fotos de las víctimas que se comparten, sin pudor, por Whatsapp o redes sociales. No hay escrúpulos.
La construcción de la narrativa alrededor de la verdad, con argumentos y fuentes confirmadas, ubicándose los actores en el lugar del otro, contribuyen al ambiente de paz que reclama un país. De hecho, la forma del lenguaje, la profundidad, la diversidad en sus palabras y el tono, dicen mucho de una sociedad que refleja en su escribir los niveles de educación y, por qué no, de violencia.
La reconciliación entre actores a la que se apuesta en Colombia, nace allí en la privacidad de cada persona. Detrás de la trinchera en que se constituye su teclado, usted puede contribuir a un mejor país con optimismo, crítica propositiva, control colectivo y con criterio.
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