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Brindis por la democracia: ¡salud!

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Churchill mencionó alguna vez que la democracia era el peor sistema de gobierno, con excepción de todos los que había probado la humanidad.
Pues bien, presionada por la intransigencia de la oposición, la gobernabilidad en Estados Unidos está paralizada.
Contenidas las facultades de intervención, los estímulos se debilitan y se frustran las reformas requeridas para sacudir de la inercia a una sociedad que oscila vacilante entre promesas frustradas, desorientada ante una crisis indefinida.
Entre reproches y revanchas, los representantes del tea party -y sus edulcorantes lobistas- han saboteado al Gobierno, obsesionados por las máquinas tragamonedas que sustentan su modelo de casino global.
A cualquier costo, con trucos previsibles y chantajes irresponsables, dilatan la gestión de riesgos de interés general, caso salud (Obama-care) o solvencia (shutdown/default), apostándole a dejar sin techo a un Gobierno que ya estaba sin piso: un abismo en el cual la FED aporta una generosa cuota de incertidumbre mediante los mensajes que disemina su política de ‘relajación’.
Con tales tensiones y distorsiones, cuestiono la proyección que se aventuró a realizar Merrill Lynch en su publicación Un Mundo en Transformación, donde definió el comportamiento de la economía de EE. UU. como un ‘renacimiento’, inspirado e ilustrado por el autoabastecimiento energético, el fortalecimiento tecnológico e industrial, y la integración público-privada.
Iniciativas gubernamentales que han tenido no pocas dificultades, inconsistencias y contingencias.
Por ejemplo, la independencia energética de EE. UU. depende del shale, un recurso cuyo proceso de extracción enfrenta múltiples controversias ambientales, ignoradas para alterar el juego de oferta de la Opep. Sin embargo, hacia el mediano plazo, los efectos de esa estrategia pueden ser contraproducentes porque la China ha ganado protagonismo en el desarrollo de energías renovables, de acuerdo con el reporte de Pew Trusts: ¿who's winning the clean energy race?
Por otra parte, la repatriación de la industria manufacturera es promovida como consecuencia natural para recuperar empleos erosionados por la deslocalización de las líneas de producción, y como reacción a la contracción económica.
Un experimento trascendental, pues esta ola de proteccionismo, representada por la cláusula compre/contrate americano, podría dejar en el vórtice varios principios neoliberales cuestionados por un marco de referencia que contrasta, a partir de la empleabilidad, la objetividad de la miseria y la relatividad de la pobreza.
Convengamos que este sector tiene un potencial de contribución relevante para neutralizar tendencias laborales inertes, restaurar la capacidad adquisitiva que ‘empoderaba’ la clase media y reactivar esa dinámica de consumo que evocaba el sueño americano.
Pero el renacimiento implica despertar para redescubrir la dignidad y potencialidad humana: la liberación de tantos dogmas destructivos que creamos y nos autoimponemos, la búsqueda consciente de un equilibrio con nuestro entorno.
Tantas señales encontradas se confunden en el paraíso perdido, entre valores regresivos o corrompidos, con promesas de ideales aparentemente tan benignos y reales como esta contradicción.
Igual, aunque se declare indignado, el electorado no administra consecuencias; condicionado, prefiere el sacrificio y la apatía: una versión estadounidense de la tragicomedia ‘tercermundista’.
Germán E. Vargas
Catedrático
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