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La deuda de la paz

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La paz es una deuda de todos, algo que nos debemos todos. Aunque nosotros la elegimos, para solventar su implementación, necesitamos involucrar patrocinio internacional, considerando que Humberto de la Calle manifestó a Juan Gossaín que los acuerdos debieron firmarse mientras el petróleo cotizaba 110 dólares. Ahora que se avizora la conclusión exitosa de este proceso, contrastando tribulación económica y esperanza social, ¿cómo financiar el posconflicto?
El entorno internacional continúa frágil, susceptible a recaer; los emergentes ya no amortiguan, mientras las tradicionales recetas de ajuste y estímulo perdieron margen de maniobra y capacidad para corregir tendencias o atender cualquier imprevisto. Neutralizado cualquier esfuerzo con sabotajes comerciales o cambiarios, y acechadas por golondrinas o buitres, las economías no obtienen suficiente impulso para levantar vuelo.
En definitiva, esclava del anatocismo y condicionada por la austeridad, la gran recesión sobrepasó en magnitud a la gran depresión, revelando carencia de voluntad, y crisis de gobernabilidad ‘glocal’ para solventar la trampa de la deuda. Desde este marco, es factible identificar semejanzas entre los retos que enfrentará Colombia para financiar el posconflicto, y las dificultades superadas por Alemania durante la posguerra.
Coincide que Europa estaba anclada en una prolongada depresión, y el Fondo Monetario Internacional paralizado. Estados Unidos asumió liderazgo mediante el Plan Marshall, con motivaciones y propósitos complementarios: sanar resentimientos y desincentivar el comunismo, así como reconstruir la infraestructura y el aparato productivo; su estrategia fue canalizar recursos para la reparación de víctimas, y optimizar la reindustrialización, fomentando el establecimiento de pymes, apalancadas por un fondo autosustentable y beneficiadas con transferencia tecnológica.
Aunque los aliados obtuvieron donaciones, Alemania, dividida, recibió préstamos que después fueron condonados o suavizados, mediante el Acuerdo de Londres, por quienes fueron sus enemigos.
Paradójica o cínicamente, la solidaridad que fundó el milagro alemán contrasta con la penitencia que ahora impone a sus vecinos, arbitrando con intransigencia reglas ineficientes, económica y socialmente.
Entonces, recordemos que Al Gore propuso un ‘Global Marshall Plan’, y en días pasados la Organización de Naciones Unidas convocó otro debate para perdonar, reducir o aliviar las deudas de los países pobres: un escenario de oportunidad para Colombia, en aras de captar ayudas para el desarrollo, despenalizar sus deudas, y liberar inversiones para generar recursos frescos.
Vale la pena intentarlo. Explorar y experimentar nuevas soluciones alternativas, pensadas y aplicadas con el espíritu de la justicia restaurativa y reparativa, en el ámbito económico y social. A nuestro haber: tenemos un importante potencial en infraestructura y agroindustria, honramos la democracia y somos aliados en el contexto del socialismo latinoamericano.
Anticipando las arriesgadas convergencias entre Trump y Maduro, murallas de vergüenza, y pensando en construir sobre las experiencias del Plan Colombia, si Hillary pasa de ser primera dama a primera presidenta estadounidense, dicho programa también podría aspirar a una evolución 2.0: de la guerra contra las drogas y el terrorismo, hacia la paz para la prosperidad.
Germán Eduardo Vargas G.
Catedrático
german.vargas@uniandes.edu.co
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