Mientras los estadounidenses resolvían el clásico electoral que disputaban el elefante republicano y el burro demócrata, el Banco de Inglaterra publicaba en The Economist un concurso para designar a su gobernador; buscaba una persona inteligente, independiente e íntegra, capaz de innovar y generar confianza: ¿era tan difícil mediante los tradicionales mecanismos de selección?
Pues, aunque no debería haber disyuntiva, el dilema de prosperidad o gobernabilidad, corrompida por el clientelismo, supone que el destino de Colombia no sería tan diferente si hubiera sido colonia británica, porque la globalización hipnotizó la opinión en el reality electoral: democracia o meritocracia, capacidad o popularidad, ¿tenemos los dirigentes que merecemos?
El hecho es que el índice de felicidad colombiana –medido por New Economy Foundation– refleja un ‘estado de ánimo’ sano, aunque el estado de bienestar mundial esté deprimido; resignados, esta reivindicación parece justa porque asimilamos nuestro karma, el elefante, tantas veces consagrado por micos que transaron promesas con creencias de interdicción, como si esta fuera una patria boba: Ganesha, concédenos el milagro de una reforma para superar el subdesarrollo, subordinado ante esa imagen aspiracional, en la que cualquiera es doctor, nadie pierde el año y se impone la moda con etiqueta ‘clase mundial’, aunque nuestros modelos de gestión tengan diseños obsoletos y no den la talla, hablando de competitividad.
Siguiendo esta ruta, la del cangrejo esnobista, tales alegorías inspiran nuestra marca original, Macondo, donde el sueño colombiano compite en realidad con el rebusque, y, mientras EE. UU. retiró sus transbordadores para tripular rusos, nosotros los imitamos a nuestro modo: carburando una enfermedad holandesa, sin propulsar la locomotora de la innovación, dedicados a la construcción.
Quizá estamos out porque nuestros dignatarios son una mala versión de un pésimo referente, sus homólogos angloamericanos, donde predomina el falso consenso del 1%: la población exclusiva al Tea Party, como Romney (misionero de Harvard), Cameron (tory británico) y el excéntrico Boris Johnson, quienes perdieron el ritmo de las Spice Girls en los olímpicos; déjà vu del aserejé criollo, donde Lucho Garzón estaba a la diestra de un expresidente que integraría el consejo de administración de News Corporation, empresa del cuestionado magnate australiano Rupert Murdoch, regente del mercado global de medios.
Concluyamos que, sin una adecuada calibración, sesgado hacia los puros centros, el péndulo deliberante continuará oscilando entre derechas fundamentalistas, valores ultraconservadores y modernismo neoliberal, que deshumanizaron nuestra sociedad; claro, al menos estamos blindados del movimiento chavista, aunque seguimos sintiendo el fracaso de la izquierda en Bogotá.
Presiento inconveniente la re-elección del Procurador, cuya intransigencia no parece institucional, y sus dogmas no representan muchos clamores civiles.
Además, frustradas las expectativas de cambios estructurales por el bajo desempeño de su selección tecnócrata y reformas que parecen réplica de la L789 de su antecesor, Presidente: si es estadista, desista de la reelección. Vargas Lleras y Ocampo exponen buen perfil.
Germán Vargas Guerrero