Expresiones como confianza, relajación y depresión, de moda en el argot económico, ¿podrían hacernos pensar que el modelo ha adoptado un sentido más humano y espiritual?
No, y por si fuera poco, lo ignoramos.
Estamos en un siglo donde la emocionalidad y la ignorancia han condicionado a la razón y el optimismo idealista que determinan las reglas del mercado eficiente; ahora la crisis devela burbujas y la desesperanza aprendida.
Sin sentido, interprete el distorsionado concepto de propiedad en las operaciones derivadas donde las decisiones están ancladas a precios no relacionados con el valor del subyacente; la debilidad del empleo, dólar y euro, asociada a fallos de transparencia y coordinación, o la artificial manutención del yuan, que generan costosas operaciones y riesgos cambiarios.
La capacidad fiscal de las potencias está comprometida, y el incumplimiento de sus obligaciones es la alerta que se disparó con sus ineficaces intervenciones e injustificados rescates. esto le ha pasado factura de cobro a EE. UU., como evidencia de su debilidad estructural, bajando su calificación de riesgo, aunque sin reserva la FED estaba ‘relejándose’ para estimular su deprimida economía.
Una de las conclusiones que podemos tomar de todo esto es que, a pesar de servir de refugios, ya no hay percepción de seguridad en torno a los modelos fundamentalistas, sustentados y centralizados sobre la derivación de operaciones financieras, la petrolarización, el oro y la dolarización.
Y de aquí una perversa paradoja: en todos los escenarios descritos, el dólar siempre se beneficia de su proporcionalidad dominante durante la volatilidad y la escasez como refugio alternativo, mientras que en periodos de estabilidad y crecimiento su liquidez y presencia predominante a nivel mundial le aseguran control; un círculo vicioso que ausculta refugio en los mismos activos tóxicos que son causa y consecuencia de las debilidades y desequilibrios estructurales.
Un secreto a gritos, reconocido por las instituciones multilaterales que evaden la iniciativa y responsabilidad para diseñar e implementar soluciones de propósito común, porque “ese no es mi problema”.
Aún más curioso es que los pocos consensos que logra la ONU estén orientados por la beligerancia; una verdad nada conveniente que demuestra que en presencia de incentivos perversos los expertos alteran las reglas para su beneficio mientras continúan considerándose moralmente ‘buenos’.
Pero la invitación que nos convoca es propositiva; convengamos que el enfoque que requieren los modelos debe centrarse en la búsqueda de balance entre la economía y el humanismo; esta mezcla de psicología y economía se propone entender lo inexplicable.
Es inminente un cambio de paradigmas o de énfasis, como la economía comportamentalista, una opción sustentada en nuevos valores y creencias, que puede habilitar la consolidación de un modelo colaborativo entendiendo que el propósito de la economía es el bienestar integral de la sociedad.