Para los que aún no lo saben, el 2019 es un año electoral. Es la época en la que quienes hacen política llaman más de lo normal, abrazan a sus posibles electores, hacen visita, se toman fotos, activan las redes sociales, felicitan en los cumpleaños y tratan de llamar la atención de cualquier manera. Llueven las promesas, intenciones y, en algunos casos, los amigos les proponen a sus más cercanos lanzarse a alguna cosa.
A mi me pasó, y por eso decidí analizar el panorama. ¿Qué está en juego? Este año, más de 36 millones de personas podremos elegir en octubre a 1.101 alcaldes y 32 gobernadores, así como integrantes de 32 asambleas, 1.102 concejos municipales y 6.000 juntas administradoras locales, en unas contiendas que nos cuestan a los colombianos 700.000 millones de pesos y en las que el abstencionismo siempre es protagonista. Lo anterior, sin contar el capricho de algunos partidos de hacer consultas en las regiones para elegir sus candidatos, una medida que incrementa considerablemente el presupuesto.
En el abanico de candidatos suele encontrarse de todo un poco: emprendedores, académicos, irreverentes, tradicionales, gente seria, líderes sociales, víctimas, famosos, olvidados, investigados, cuestionados, herederos, religiosos, rebeldes, negociantes, ortodoxos, libre pensadores, y los de siempre. En términos generales, al candidato suele interesarle más la arquitectura electoral (que incluye la estrategia, maquinaria y las adhesiones) que la propuesta programática.
Atrévase a preguntarle a un candidato lo básico: ¿cuándo se fundó su ciudad?, ¿cuántos ríos bañan su territorio?, ¿cuál es la tasa de desempleo local?, ¿cuántos colegios públicos tiene su departamento?, ¿cuál es la capacidad instalada en salud?, ¿en qué nivel del Doing Business (informe de competitividad del Banco Mundial) se ubica?, ¿qué capacidad de endeudamiento tiene su ente territorial?, ¿cuánto cuesta lo prometido y cómo lo financiará?, etc.
No es una exageración creer que con el voto es posible cambiar la forma tradicional de hacer política. Si desiste de votar por un candidato que no se haya preparado para administrar recursos públicos (o sea no tenga la experiencia y el peso académico), se encuentre con investigaciones en curso, haya incumplido sus más grandes promesas de campaña en periodos anteriores y sea evidente que tiene intereses particulares, usted está haciendo historia.
Para nadie es un secreto que en Colombia, como sucede con tantos otros países de la región, hay una desazón con la política. El ciudadano no cree ni en el gobernante ni en las instituciones. Y esa ruptura de la confianza significa un reto enorme para los candidatos. Bien lo repiten algunos, pero lo aplican pocos: “el que paga para llegar, llega para robar”. Si el motivo de lanzarse a una candidatura o de quienes lo invitan a hacerlo es el de lucrarse, esa no es la razón de ser de la política.
Por eso, si usted sí se animó a ser candidato este año por favor prepárese, es lo mínimo. Construya una propuesta seria, aterrizada y de manera consensuada con la gente. Identifique las verdaderas prioridades del territorio, entienda que las grandes partidas se consiguen en Bogotá y, por lo que más quiera, cuide los recursos públicos, son para el bien de todos.