Este fin de semana concluyó en Washington el componente central de la reunión anual conjunta del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).
Varios mensajes importantes dejó la cita de las autoridades económicas en medio de la histórica crisis económica global a raíz de la pandemia del coronavirus.
Uno de ellos proviene de los pronósticos económicas del Fondo: el PIB mundial caería en este 2020 un 4,4 por ciento. Esto implica una mejoría frente a la proyección de 4,9 por ciento del mes de junio.
No obstante, el informe de perspectivas económicas ratifica que la reactivación será una cuesta arriba “larga, desigual e incierta”.
Esa heterogeneidad se refleja en las trayectorias que están tomando las economías. Mientras que China registrará un crecimiento positivo durante este año y otros países ricos reportarán contracciones menores de lo que inicialmente pronosticado, regiones como América Latina y Europa Occidental sufrirán un impacto mayor.
La incertidumbre, obviamente, gira en torno al surgimiento de segundas olas de coronavirus, que ya están experimentando países como España, Francia y Reino Unido.
Al hablar de una larga recuperación se refiere a que la combinación de una reactivación incierta y desigual se traducirá en años adicionales para el regreso a los niveles de crecimiento económico y de tamaño de las economías de la pre-pandemia.
Otro mensaje poderoso dentro de esta reunión fue el llamado por parte del FMI al aumento del gasto público y del endeudamiento por parte de los Estados, en especial los más ricos.
Esta es una receta que contrasta drásticamente con la agenda de reducción del déficit que caracterizó las recomendaciones internacionales frente a la pasada crisis económica global, la de 2008-09. Tanto así que el diario británico Financial Times lo llamó “la muerte de la austeridad”.
El Fondo calcula que los Estados han elevado el gasto o reducido impuestos por unos 11,7 billones de dólares, el 12 por ciento del PIB global de 2020. Esta disparada del gasto público elevará los niveles globales del porcentaje de deuda sobre PIB pero, en opinión de ambas instituciones, no se debe detener.
Este gasto, sugiere el FMI, debe orientarse a proteger a los más golpeados por la crisis y a los sectores con “multiplicadores más altos” como la infraestructura. Gastar y endeudarse es la fórmula del 2020 en contraste con la austeridad que marcó los años siguientes a la crisis de 2008.
Estas recomendaciones son también de heterogénea capacidad de implementarse. Los históricos y abultados paquetes de estímulos de las economías ricas contrastan con casos como Colombia, con un margen de maniobra fiscal muy limitado.
De hecho, el documento borrador del Conpes de reactivación económica eleva de 109 billones a 170 billones los recursos a invertir para la recuperación en los próximos seis años. Esos montos del plan del Gobierno Nacional, tanto en el corto como en el mediano plazo, tienen un componente mayoritario que proviene de los bolsillos privados.
Por ejemplo, el pilar de empleo del plan de reactivación contempla un 50 por ciento de inversión privada mientras que el “Compromiso por el Crecimiento Limpio” (el paquete energético) cuenta con un 69 por ciento de dineros privados y otro 30 por ciento de inversión público-privada. Incluso en el pilar para la población vulnerable y los más pobres, los montos de origen privado superan el 20 por ciento y otro 10 por ciento de público-privada.
En conclusión, dado el peso de los recursos privados en la estrategia de reactivación económica, el Gobierno Nacional no debe descansar en la creación de las mejores condiciones para esas inversiones.