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El Premio Nobel de Paz a María Corina Machado reconoce algo más que la resistencia de una líder: reivindica el derecho de un pueblo a recuperar la democracia por vías pacíficas. El comité la premió por su “lucha por una transición justa y pacífica del país de la dictadura a la democracia”. Ese mismo día, ella agradeció y dedicó el galardón a los venezolanos y a quien, según dijo, ha dado “apoyo decisivo” a su causa: el presidente de Estados Unidos. Más allá de simpatías, la lectura es clara: Venezuela necesita presión y apoyo reales, no solo likes.
Protestas a favor de Gisele Pelicot Foto:EFE
No se trata de derechas o izquierdas. El corazón de la tradición liberal desde el siglo XIX y la defensa de la libertad de conciencia y de expresión, es que nadie puede imponer su credo por la fuerza y que las diferencias se tramitan con reglas y debate civil. Hay liberales de izquierda y liberales conservadores porque el método es el mismo: pluralismo, límites al poder, Estado de derecho. Quien crea que eso es ‘ideología’ olvida que son los cimientos del juego democrático moderno.
Por eso duele repetir lo obvio: hoy Venezuela no es una democracia. Las misiones de la ONU han documentado persecución sistemática, crímenes de lesa humanidad y una represión agravada tras la elección de 2024. El Centro Carter determinó que los resultados carecen de credibilidad.
La coherencia no tiene color partidista. El presidente Gabriel Boric, desde la izquierda, ha condenado sin ambages los atropellos en Venezuela y Nicaragua. Eso es liderazgo democrático: defender los principios incluso cuando el costo político es alto. Colombia, en cambio, ha preferido una cautela que roza la complicidad. Ha habido momentos en que se minimizó el alcance del crimen transnacional que cruza la frontera. Diplomacia no es mirar hacia otro lado, es usar la voz y la influencia para exigir condiciones, garantías y resultados verificables.
Conviene recordar de dónde venimos. Hace no tanto, Venezuela era más próspera que Colombia y nuestro comercio bilateral llegó a su techo: en 2008 les exportamos más de US$6.000 millones y fue el principal destino de nuestras exportaciones no tradicionales. La balanza era ampliamente superavitaria. Lo que la tiranía destruye no es solo la libertad: es el bienestar compartido de dos países hermanos.
A quienes preguntan por qué Machado mencionó a Trump al agradecer, la respuesta es pragmática: hoy el apoyo que cuenta se mide en acciones que presionen por una transición y por la liberación de presos políticos. Si ese respaldo viene de Washington, de Madrid o de Santiago, bienvenido sea. Lo importante es mantener el foco en el fin: restaurar la voluntad del pueblo. El Nobel ayuda a eso: sube el costo internacional de la represión y protege —aunque sea un poco— a quienes siguen luchando.
El premio no resuelve nada por sí solo. Da fuerza moral y obliga a tomar partido. A Colombia le corresponde recuperar una política exterior a la altura de su tradición democrática: respaldo explícito a la Carta Democrática Interamericana y sanciones individuales a violadores de derechos humanos. Y, sobre todo, tender la mano a los venezolanos que hoy trabajan y aportan aquí.
María Corina y Edmundo González encarnan la esperanza de millones que, dentro y fuera, han apostado por la vía cívica. Hoy no están solos. El Nobel es un recordatorio de que la libertad no es de derecha ni de izquierda. Es, simplemente, la condición para que todos podamos disentir sin miedo y prosperar con dignidad.
JAIME PUMAREJO HEINS
e-mail: japuma@portafolio.co
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