En Colombia algunos han vuelto costumbre señalar al empresario como si fuera el culpable de todos los males. Desde algunos sectores políticos se alimenta la idea de que quien genera riqueza lo hace a costa de los demás.
Pero lo que parece obvio a veces se olvida: sin quienes arriesgan su tiempo, su trabajo y su patrimonio, no existirían los empleos, los impuestos ni el desarrollo que sostienen este país.
Detrás de cada empresa -pequeña o grande- hay una historia de esfuerzo, riesgo y perseverancia. De alguien que decidió apostar sus ahorros, y muchas veces los de su familia y amigos, para crear algo más grande que él mismo.
Alguien que enfrentó la incertidumbre, la falta de crédito, los trámites interminables que por la burocracia se tienen que afrontar a la hora de hacer empresa y, aún así, se levantó a producir. En cada esquina, en cada taller, hay un colombiano que se atrevió a emprender, a innovar y a creer que podía construir un futuro mejor.
Ser empresario en Colombia no es tarea fácil. Es hacerlo en el país con una de las cargas fiscales más altas de la región: más del 60 % de lo que gana una empresa termina en manos del Estado entre impuestos corporativos, laborales y personales. Y, sin embargo, siguen apostando por este país. Solo las micro, pequeñas y medianas empresas representan el 99,5 % de las unidades productivas, generan cerca del 79 % del empleo formal y aportan alrededor del 40 % del PIB, según BBVA Research y Anif.
Por eso hay que decirlo con claridad: no es el empresario ni el trabajador quienes le deben al Estado; es el Estado el que debe cuidar y promover a quienes producen, porque de su esfuerzo proviene todo lo demás. Cada peso que se recauda para financiar escuelas, carreteras o programas sociales nace de la actividad de quienes se levantan a trabajar, vender, cosechar o fabricar.
Los países que prosperaron lo hicieron respaldando a su sector productivo. Corea del Sur, Irlanda o Chile entendieron que la riqueza no se reparte: se crea. Por el contrario, las naciones que convirtieron al empresario en enemigo acabaron sumidas en la escasez y la dependencia. Colombia necesita más emprendedores y más empresas nacionales, no menos. Necesita dejar de avergonzarse de la palabra “riqueza” y entender que entre más colombianos logren prosperar, más robusta será nuestra clase media y más equitativo nuestro futuro.
Atacar al empresario local solo abre espacio para las grandes compañías extranjeras, que invierten lo justo, pagan donde más les conviene y cuyas decisiones no se toman aquí. Los empleos de calidad, los impuestos y la lealtad no se importan; se cultivan en casa.
Hoy más que nunca, los empresarios colombianos necesitan respaldo, no sospechas ni mucho menos ataques o matoneo en las redes. Necesitan políticas que los impulsen, no discursos que los desacrediten. Porque cuando se castiga al que produce, se castiga también al que sueña con un empleo, con una oportunidad, con un futuro. Defender al empresario local no es ideología: es sentido común. Es cuidar la semilla de nuestro desarrollo.
Este país no saldrá adelante con discursos de odio ni con divisiones artificiales, sino reconociendo que todos -empleados, empresarios y trabajadores- remamos en el mismo río.
Si el Estado no convoca a trabajar juntos, hagámoslo nosotros. Colombia es tierra de gente berraca que no se rinde. Y mientras haya quienes crean, inviertan y produzcan, este país seguirá teniendo esperanza.
JAIME PUMAREJO HEINS
e-mail: japuma@portafolio.co
Intsagram: @jaimepumarejoheins
X: @jaimepumarejo