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El poder de la palabra

Ojalá, en Semana Santa, aquellos responsables por este estado de las cosas hayan hecho introspección y medido las consecuencias de sus acciones. 

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Creciendo en Bogotá, la Semana Santa era impactante. El ritmo de la ciudad, sus colores, la programación de cine y la música en la radio conllevaban un marcado toque católico. A pesar de ser judío, yo entendía que el sermón de las Siete Palabras tenía un mensaje trascendental. Por eso la época de Pascua es apropiada para reflexionar sobre la importancia que tiene la fuerza de la palabra.
En el ámbito internacional, los ires y venires del discurso de Donald Trump, serían incomprensibles, sino fuera porque es el mandatario estadounidense más mentiroso de la historia. Él no tiene problema alguno en dar giros de 180° sobre cualquier tema. En el caso de Colombia, luego de que dijera que estábamos mandando asesinos a su país y que bajo Duque los cultivos de coca habían crecido más, su Secretario de Estado tuvo que venir a Cúcuta a temperar las palabras de su jefe. Acá es claro cómo el abuso de opinión causa sospechas y crea disensión, convirtiéndose en un factor destructivo no solo a nivel interpersonal, sino en las relaciones internacionales.
Además de estar sujeto a criticas malintencionadas de su aliado externo más importante, el senador Álvaro Uribe, jefe máximo del Centro Democrático, declarado oficialmente como partido de gobierno, utiliza el poder crítico de la palabra para también hostigar al presidente Iván Duque, cuando más bien debería apoyar sus programas. Esto tiene que crear en el mandatario una profunda desorientación.
En términos utilizados en el ámbito militar, el presidente Duque está entre dos fuegos. Recibir fuego enemigo y amigo a la vez (por parte, precisamente de los que facilitaron su elección) no pareciera coherente. Sin embargo, esto es lo que está ocurriendo.
El poder de la palabra, que tiene la capacidad de afectar a un porcentaje tan alto de la población, no puede ejercerse irresponsablemente. Dirigir palabras exclusivamente con ánimo partidista, tratando de atraer votos en elecciones, sin consideración del daño que causa a quien supuestamente apoya, crea un significativo elemento de confusión en sus seguidores y le hace un flaco servicio a quien tiene la responsabilidad directa de tomar las riendas y de dirigir la Nación. Cuando se habla mal del prójimo este se debilita, pero a la vez se debilita el que habla.
Un antiguo refrán inglés dice: ‘piedras y palos podrán romper mis huesos, pero las palabras jamás me harán daño’. El presidente Duque debe repetírselo a sí mismo continuamente para no perder la calma. Tiene que afianzarse en que más allá de ser desagradable oírlo, un jefe de Estado no se puede dejar afectar por que hablen mal de él.
Es una injusticia la dirección que se le ha venido dando a la opinión. Al menos la mitad del país acusa al primer mandatario de no tener un ánimo de confrontación continua. En el lado opuesto, se le critica precisamente por lo contrario; por ser seguidor y no líder. Ese ‘pierde-pierde’, sentimiento que se está generalizando, crea un estado de ánimo que nada bueno le trae al país.
Ojalá, en la pasada Semana Santa, aquellos responsables por este estado de las cosas hayan hecho introspección y medido las consecuencias de sus acciones, para que, finalmente, contribuyan a permitir darle la oportunidad que se merece de gobernar a quien el país –por una u otra razón– eligió para dirigir el rumbo de Colombia.
Salomón Kassin T. 
Banquero de inversión
skassint@gmail.com
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