Tras 1.814 ediciones de este diario y 29 de la revista Portafolio, llegó el momento de cerrar el ciclo en la dirección de esta publicación y despedirme de sus lectores, razón de ser de nuestro oficio. Han sido seis años en los cuales conté con completa autonomía para la selección de los contenidos periodísticos y la libertad de criterio editorial para su abordaje.
Desde 2019 hasta hoy, no han sido pocos ni superficiales los cambios en la economía y las empresas, empezando por el entorno social y político para los negocios. La irrupción de la pandemia del covid y su posterior recuperación empujaron a la producción nacional a una montaña rusa en la que el crecimiento económico lucha aún por retornar a su senda sostenible.
La crisis del coronavirus develó profundas líneas de fractura en la protección social de los colombianos, así como catalizó la transformación digital del aparato productivo. Si bien la gran mayoría de las actividades económicas rebotaron y superan hoy los niveles prepandemia, la informalidad laboral, la cobertura de la seguridad social, las brechas regionales y la baja productividad siguen impidiendo que más colombianos disfruten de esta reactivación. La reducción de la pobreza es la principal responsabilidad ética de gobiernos y empresarios para los próximos años.
Además, la pandemia contribuyó a que Colombia se sumara a la oleada global contra los gobiernos en ejercicio y abriera las puertas a la primera administración nacional de izquierda. En los pasados tres años, el gobierno del presidente Gustavo Petro propuso una agenda de reformas económicas y sociales, cuya incompleta aprobación ha derivado en el deterioro de la arquitectura de sectores como la salud y en el choque permanente con el empresariado.
La administración se ha caracterizado por un abierto desprecio a la contribución de las empresas al desarrollo y por un rechazo sistemático a la iniciativa privada. Como parte de esta política, la Casa de Nariño ha buscado debilitar las arquitecturas institucionales, que por más de tres décadas han regulado, protegido y promovido la participación privada en la economía. Ello ha llevado a que el empresariado reconozca de nuevo los principios de libertad económica y comprenda mejor el valor de su responsabilidad social.
Resta que ahora, ad portas de la campaña electoral, el sector privado participe activamente en la construcción de una agenda proempresa que sea recogida por el mayor número de aspirantes presidenciales. Este recorrido no puede dejar de mencionar la grave crisis fiscal del Gobierno, uno de sus peores legados a su sucesor, que golpea con severidad a hogares y empresas.
El regreso a una senda de sostenibilidad fiscal -que en su momento demandará de todos gran sacrificio- es tarea pendiente y prioritaria. Estos desafíos son solo la mitad de la fotografía. La economía y las empresas han demostrado una inmensa capacidad de resiliencia y adaptación.
En medio de un entorno ideológico hostil y sin apoyo gubernamental, varios sectores se han disparado, otros han resistido y juntos vienen marcando una ruta de recuperación. Desde mis siguientes espacios profesionales espero poder acompañar estos avances de la iniciativa privada y el empuje emprendedor de los colombianos. Me despido con el mayor agradecimiento.
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